De Limbo de Agustín Fernández Mallo, p.123-125
Conseguía conciliar el sueño, sí,
pero duraba poco, a lo sumo una hora, para despertarme siempre antes del amanecer,
y entonces miraba la puerta, siempre miraba la puerta, cerrada, y el picaporte
metálico con forma de pera, y no podía evitar pensar en aquel cuento de Juan
Benet en el que un viajante de comercio llega por la noche a una población de
montaña, en Región, España, alumbrada únicamente por un casquillo de bombilla
que cuelga en mitad de la plaza, y continúa camino hasta que poco después de
haber dejado atrás las últimas casas del pueblo encuentra una vivienda con un
rótulo que dice: Camas, y se detiene, y es el único huésped, y el dueño le da
la llave, habitación n.9, y le dice: "Si desea usted algo no tiene más que
llamar al timbre; yo acudiré enseguida», y el viajero se duerme pero algo le
despierta, no tarda en oír susurros y bisbiseos de mujeres, parecen venir de su
propia habitación, y cesan en cuanto enciende la luz, proceso que se repite toda
la noche sin que ese viajante tenga arrojo suficiente para levantarse ni para
apretar el timbre de pera que alertaría al dueño, quien al día siguiente le
recrimina que no le llamara para acudir en su ayuda, que ya se lo había dejado bien
claro la noche anterior: "Si desea usted algo no tiene más que llamar al
timbre; yo acudiré enseguida», y pasan los años y el viajante prospera y se
hospeda en un hotel cerca del lago Constanza, región alemana de
BadenWürtemberg, y el suceso de aquella noche, remoto en su memoria y
prácticamente olvidado, se reproduce: los árboles del jardín parecen bisbisear,
los animadores del hotel parecen estar despiertos, oye voces en su habitación,
junto a la cama, las piscinas chapotean y susurros de mujeres llenan la
estancia con una verosimilitud que no deja dudas, y esta vez sí, sin el arrojo
de años atrás, desgastado por el miedo y los kilómetros de carretera, aprieta
el timbre que da aviso a la camarera y aguarda su llegada, y oye pasos más allá
de la puerta, y reconoce entonces las pisadas de aquel a quien años atrás no
pidió ayuda aun habiendo sido de buena
fe ofrecida, y es en ese momento cuando se da cuenta de que aquella antigua
deuda no está saldada porque no han prescrito las condiciones entonces
establecidas; en efecto, sabe que el dueño de aquella pensión regresa, está
regresando a cumplir lo pactado, y entonces el viajante, sentado sobre la
almohada, retrocediendo y apretando la espalda contra la pared, reconoce la
mano de aquel posadero y su figura de cartón piedra «por la lenta manera con
que hizo girar el picaporte», termina asegurando el cuento, y yo, en mi
habitación, despierto ya antes del amanecer, con la vista fija en la puerta, no
podía dejar de recordarlo, y pensaba que en cualquier momento observaría el giro
de picaporte que me indicaría que alguien olvidado en un subcompartimento de mi
memoria regresaría a saldar alguna deuda contraída
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