Te quiero más que a la salvación de mi alma
LA CRUCIFIXION DE TINTORETTO, SEGÚN HENRY JAMES
De Compañeros de viaje, de Henry James, p.74-75
El chiquillo llegó con el sacristán y su llave, y nos condujeron hasta la presencia de la Crucifixión de Tintoretto. Esta gran pintura es una de las mejores de la escuela veneciana. Tintoretto, el lector culto recordará, pintó dos obras maestras sobre este gran tema. La más grande y compleja está en la Scuola di San Rocco; la otra, sobre la que hablo, es pequeña, sencilla, y sublime. Ocupa el lado izquierdo del estrecho coro de la pequeña y humilde iglesia en la que estábamos, y destaca por ser, con dos o tres excepciones, la mejor obra conservada de su incomparable autor. En todo el mundo del arte no se ha producido nunca un efecto tan poderoso a través de unos medios tan sencillos y selectos; nunca la inteligente elección de medios ha sido perseguida con una percepción tan refinada para conseguir un efecto. El cuadro ofrece a nuestra vista la esencia misma y central de la gran tragedia que representa. No hay ninguna Madonna desmayada ni ninguna Magdalena que consuele. No se describe ninguna escena de burla ni la crueldad de las masas reunidas. Observamos la silenciosa cumbre del Calvario. A la derecha hay tres cruces, destacando la del Salvador. Ua escalera apoyada contra ella sostiene a un verdugo con turbante, que se inclina hacia abajo para recibir la esponja que le ofrece un compañero. Sobre la cima de la colina los cascos y las lanzas de una línea de soldados completan la severidad de la escena. La realidad de la pintura va más allá de las palabras: es difícil decir qué es más impresionante, si el horror desnudo del hecho representado o el inteligente poder del artista. Se respira una oración silenciosa de agradecimiento por no estar en posesión de la terrible clarividencia del genio Nos sentamos y observamos la pintura en silencio. El sacristán merodeaba por los alrededores, pero finalmente, cansado de esperar, se retiró al campo. Observé a mi compañera que se mostraba pálida, inmóvil y subyugada; evidentemente sentía la imponente fuerza de la obra con conmovedora compasión. Finalmente hablé con ella y, sin haber recibido respuesta, repetí mi pregunta. Ella se levantó y volvió su rostro hacia mí, iluminado con un vívido éxtasis de piedad.
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1 comentario:
Me encantan tus reseñas, siempre aprendo.
Gracias!
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