Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

KURZ

De El corazón de las tinieblas, p.71-72
»Entonces pude ver un pequeño cuadro al óleo en un marco, representando a una mujer envuelta en telas y con los ojos vendados, que llevaba en la mano una antorcha encendida. El fondo era sombrío, casi negro. La mujer permanecía inmóvil y el efecto de la luz de la antorcha en su rostro era siniestro.
»Eso me retuvo, y él permaneció de pie por educación, sosteniendo una botella vacía de champaña (para usos medicinales) con la vela colocada encima. A mi pregunta, respondió que el señor Kurtz lo había pintado, en esa misma estación, hacía poco más de un año, mientras esperaba un medio de trasladarse a su estación comercial. ‘Dígame, por favor”, le pedí, “quién es ese señor Kurtz?”
»“El jefe de la estación interior”, respondió con sequedad, mirando hacia otro lado. “Muchas gracias”, le dije riendo, “y usted es el fabricante de ladrillos de la Estación Central. Eso todo el mundo lo sabe.” Por un momento permaneció callado. “Es un prodigio”, dijo al fin. “Es un emisario de la piedad, la ciencia y el progreso, y sólo el diablo sabe de qué más. Nosotros, necesitamos”, comenzó de pronto a declamar, “para realizar la causa que Europa nos ha confiado, por así decirlo, inteligencias superiores, gran simpatía, unidad de propósitos.”“Quién ha dicho eso?”, pregunté. “Muchos de ellos”, respondió. “Algunos hasta lo escriben; y de pronto llegó aquí él, un ser especial, como debe usted saber.”“Por qué debo saberlo?”, le interrumpí, realmente sorprendido. Él no me prestó ninguna atención. “Sí, hoy día es el jefe de la mejor estación, el año próximo será asistente en la dirección, dos años más y... pero me atrevería a decir que usted sabe en qué va a convertirse dentro de un par de años. Usted forma parte del nuevo equipo... el equipo de la virtud. La misma persona que lo envió a él lo ha recomendado muy especialmente a usted. Oh, no diga que no. Yo tengo mis propios ojos, solo en ellos confío.” La luz se hizo en mí. Las poderosas amistades de mi tía estaban produciendo un efecto inesperado en aquel joven. Estuve a punto de soltar una carcajada. “Lee usted la correspondencia confidencial de la compañía?”, le pregunté. No pudo decir una palabra. Me resultó divertido. “Cuando el señor Kurtz”, continué severamente, “sea director general, no va usted a tener oportunidad de hacerlo.”

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