De modo que el personaje al que me refiero al decir «filisteo satisfecho» no es el filisteo a ratos, sino el tipo total, el burgués cursi, el producto completo y universal de la vulgaridad y la mediocridad. Es el conformista, el que se conforma a los usos de su grupo, y que también se caracteriza por el hecho de ser pseudo-idealista, pseudo-compasivo, pseudosabio. El engaño es el mejor aliado del filisteo genuino. Todas las palabras elevadas, «Belleza”, «Amor», «Naturaleza», «Verdad», etcétera, se convierten en máscaras y falsedades en boca del filisteo satisfecho/Han oído ustedes a Chíchikov en Almas muertas, a Skimpole en Casa desolada, a Homais en Madame Bovary. Al filisteo le gusta impresionar y dejarse impresionar, y consecuencia de ello es que a su alrededor se vaya tejiendo un mundo de f alsedad y de mutuo engaño.
En su intento apasionado de conformarse, de asimilarse y de integrarse, el filisteo se ve desgarrado entre dos anhelos: el deseo de hacer lo que hace todo el mundo, de admirar o utilizar tal o cual cosa porque hay millones de personas que lo hacen, y la ambición febril de pertenecer a un círculo distinguido, a una organización, a un club, a una clientela de hotel o comunidad de transatlántico (con el capitán vestido de blanco y comidas maravillosas), y darse el gusto de saber que tiene a su lado al presidente de una gran empresa o a un conde europeo. El filisteo suele ser un snob. Le emocionan la riqueza y la categoría social: «Querido, he estado hablando con una duquesa! »
El filisteo ni sabe nada ni se le da nada del arte, incluida la literatura; su naturaleza esencial es antiartística, pero quiere información y está educado en la lectura de revistas. Es lector asiduo del Saturday Evening Post, y al leer se identifica con los personajes.
En Curso de literatura rusa, p.448
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