La prosa de Vila-Matas se lee con facilidad. Su construcción, en cambio, es el resultado de un taller riguroso, donde el juego de las palabras se procesa con suma exigencia. Su actividad es la de los artesanos pero también la de los alquimistas. El autor se divierte en aprovechar las palabras más anodinas, triviales y grises de una conversación inútil para luego inflamarlas con los tonos del delirio, la demencia, la exaltación, la poesía. De allí salen sus monólogos, murmullos de súbita desolación, y se desliza, como si fuera lo más natural, hacia un panorama de tersa excentricidad. En sus relatos trata de un nusntjo exterior, notablemente visible. Trozos de la comedia humana captados con un ojo que nada tiene de fiscal, de inquisidor, más bien tratados con una benevolente tolerancia. La gesticulación de los protagonistas es tan atrabiliaria, tan desquiciante como sus discursos.
En El mago de Viena
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