La familia, según Eduardo Mendoza,; en Vidas de santos, p.102
Para poder llevar a término un objetivo tan drástico, redujo el mundo a su familia. No era empresa fácil: la tía Conchita no se dejaba engañar por sus fantasías y sabía con qué material tenía que trabajar; sabía que con su marido no podía contar y que de sus hermanos, dos eran unos zascandiles, otro era tonto y otro alcohólico, pero nada de esto le hizo desanimarse ni retroceder. Era la única hermana, y la mayor, y además rica, y esto le daba un poder considerable en una sociedad matriarcal y reducida a la obediencia. De este modo, con su extraordinaria fuerza de voluntad, consiguió mantener durante varias décadas lo que en mi recuerdo son lánguidas veladas en un salón sobrecargado, a la tenue luz de unas bombillas de baja intensidad filtrada por pantallas de seda granate, en invierno con una calefacción asfixiante y el crepitar de unos troncos en la chimenea, en verano con las baldosas desnudas, los balcones abiertos, las fundas blancas sobre los sofás y las butacas y el ruido acompasado de los abanicos. No tenía ideología ni creencias. Hizo suyas la religión y la dictadura porque le proporcionaban el método para llevar a cabo su proyecto personal, pero de puertas afuera no le interesaba nada y aborrecía mezclarse con cualquier manifestación pública: nunca trató de codearse con el poder, como hicieron tantas esposas de hombres influyentes, y salvo el estricto cumplimiento de los preceptos, ni siquiera frecuentó la iglesia. El suyo era un reino de clausura, penumbra y silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario