LOS LIBROS TIENEN SU PROPIA SUERTE
Los libros tienen sus propios hados. Los libros tienen su propio destino. Una vez escrito –y mejor si publicado, pero aun esto no es imprescindible– nadie sabe qué va a ocurrir con tu libro. Puedes alegrarte, puedes quejarte o puedes resignarte. Lo mismo da: el libro correrá su propia suerte y va a prosperar o a ser olvidado, o ambas cosas, cada una a su tiempo.
No importa lo que hagas por él o con él.
Puede quedarse escondido o escrito en cifra en un desván y ser descubierto ciento treinta y dos años más tarde; estar en todas las vitrinas y en manos y en bocas de todos y pasar al olvido inmediatamente después de tu muerte, cuando para la gente seas apenas un nombre o un fantasma, o ni tan sólo un fantasma; cuando hayas desaparecido y ya ninguno te tema o espere favores de ti; o ya seas simpático y tu famoso ingenio no haga reír a más nadie, porque nadie estará ahí para reírse, ni contigo y ni siquiera de ti.
O al contrario, donde los dulces novios pasaban de largo agarrados de la mano sin dignarse a echar una mirada a tu querido libro, del que sólo tú sabes el trabajo
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