De La infancia perdida y otros ensayos, de Graham. Greene, p. 29-30
Siempre había sido estrictamente justo con la verdad tal como la veía, y lo único que la creciente profundidad de su experiencia había hecho por él era modificar un asesinato en un adulterio, pero mientras que en Los americanos no se había apiadado del asesino, en La copa dorada cierta mente había aprendido a compadecer a los adúlteros. No había victoria para los seres humanos, tal era su conclusión; eras castigado a tu propia manera, ya estuvieses en el bando de Dios o en el del diablo. James creía en lo sobrenatural, pero entendía el mal como una fuerza igualada con el bien. La humanidad era carne de cañón en una guerra demasiado equilibrada para que pudiese concluir. Si él también era culpable del supremo egoísmo de conservar su existencia propia, al menos dejó el material, en su análisis profundo y despiadado, para hacer incluso al egoísmo la máxima justicia, de dar al mal su merecido.
Al oír esto, Spencer Brydon se puso de pie.
-Te «gustas ese horror...?
-Podría haberme gustado. Y para mi —dijo ella— no era un horror, yo le había aceptado.«Yo le había aceptado.» James, que nunca se había interesado demasiado por el «swedenborgianismo» de su padre, había juntado el suficiente para fortalecer su más antigua y mas tradicional herejía. Pues su padre creía, en sus propias palabras, que «el mal o el elemento infernal de nuestra naturaleza, aun cuando es de orden divino.., es, sin embargo, no sólo menos vigoroso que el último, sino por el contrario más enérgico, sagaz y productivo de eminentes usos terrenales» (así podría conceptuarse la adquisición de dinero por parte de Milly Theale). La diferencia, por supuesto, era más grande que la semejanza. El hijo no era un optimista, no compartía las esperanzas de su padre sobre el elemento infernal, se limitaba a compadecer a quienes estaban inmersos en él; y es precisamente la justicia final de su piedad, la integridad de un análisis que le faculté para compadecer al más mísero, al más corrupto de sus actores humanos, lo que le sitúa entre los más grandes escritores creativos. Es un solitario en la historia de la novela como Shakespeare en la de la poesía
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