De Cincuenta caracteres de Elías Canetti, p. 143- 144
El bibliófago
El Bibliófago lee todos los libros sin distinción, siempre que sean difíciles. Los que se comentan no lo dejan satisfecho, han de ser raros y olvidados, difíciles de encontrar. A veces se pasa un año buscando un libro porque nadie lo conoce. Cuando al final lo encuentra, lo lee, lo entiende, lo memoriza y puede citarlo siempre. A los 17 años tenía ya el mismo aspecto que ahora, a los 47. Cuanto más lee, menos se transforma. Todo intento de sorprenderlo con un nombre fracasa, es igualmente versado en cualquier campo. Como siempre hay cosas que desconoce, no se aburre nunca. Procura, eso sí, no citar algo que desconozca, no vaya a ser que otro se le adelante en la lectura.
El Bibliófago es como un arcón que nunca se abre para que no se pierda nada. Teme hablar de sus siete doctórados y sólo cita tres; muy fácil le resultaría sacar cada año uno nuevo. Es amable y le gusta hablar, y para poder hablar también cede a otros la palabra. Cuando dice: «No lo sé)), cabe esperar una conferencia detallada y erudita. Es rápido, porque siempre busca gente nueva que lo escuche. No olvida a nadie que lo haya escuchado, el mundo se compone, para él, de libros y de oyentes. Sabe apreciar debidamente el silencio ajeno, él mismo sólo calla unos instantes antes de iniciar
un discurso. En realidad, nadie quiere aprender nada de él, puesto que sabe mucho más. Propaga incertidumbres no tanto porque sea incapaz de repetirse, sino porque nunca se repite ante el mismo oyente. Sería entretenido si no cambiara de tema. Es justo con sus conocimientos, todo cuenta, cuánto no daríamos por descubrir algo que le importe más que el resto. Pide excusas por el tiempo que, como la gente normal, dedica al sueño.
Con gran expectación y deseando pillarle al fin una mentira vuelve uno a verle después de varios años. Inútil esperanza:
aunque aborde temas totalmente distintos, sigue siendo el mismo hasta la última sílaba. Entretanto, a veces se ha casado o ha vuelto a divorciarse. Sus mujeres desaparecen, siempre falla algo. Admira a quienes le animan a superarse, y, una vez superado, da con ellos al traste. Nunca ha ido a una ciudad sin antes leer todo sobre ella. Las ciudades se adaptan a sus conocimientos, corroboran lo que ha leído, no parece haber ciudades ilegibles.
Se ríe de lejos cuando se le acerca un necio. La mujer que quiera ser su esposa deberá escribirle cartas pidiéndole datos. Si le escribe con cierta periodicidad, él sucumbirá y querrá tener siempre a mano sus preguntas.
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