Del prefacio a Suspense de Joseph Conrad, por Alfonso Barguñó Viana
La recepción de esta obra por parte de la crítica fue dispar, como la de todas las últimas obras de Joseph Conrad. Si en sus primeras novelas obtuvo el favor de autores como Henry James y sólo más tarde el del público con, por ejemplo, El espejo del mar, al final de su vida Conrad se lamentaba de ser incomprendido tanto por unos como por otros. Críticos como E C. Kennedy no dudaron en calificar Suspense como una obra absolutamente prescindible, una mera sombra de sus novelas más importantes. Otros, sin embargo, acertaron a ver un cambio de estilo, un intento de evolución cuyo alcance no se pudo evaluar por la muerte repentina del autor. Es el caso de su gran amigo Edward Garnett o de Milton Waldman, que defendieron este loable intento de cambio de dirección en la obra conradiana, argumentando que las últimas obras no debían leerse
del mismo modo. Quizá aquí radica la cuestión. El lector no debe esperar encontrar en esta novela —o al menos no de una forma tan obvia— al Conrad más oscuro, al narrador que no trata de mostrar lo que las cosas o los seres son en sí, sino su eco en la conciencia; un voz narradora que constituye, junto a la voz de Henry James, la bisagra entre la novela del XIX y la del XX. Hallará sin embargo una férrea estructura y una relación cohesionada de las partes con el todo, además del estilo exótico e introspectivo que le caracteriza y el recurso del fiash-back utilizado de forma admirable, que nos coloca en el mismo núcleo del enigma por desentrañar.
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