Henry James según Poca Chica; de Vidas de santos, p.167-168
El recluso hizo un ademán de indiferencia. «No importa», dijo, «así está bien. Supongo que la nota es justa y, de todos modos, nadie había hecho nunca tanto por mí. Le estoy muy agradecido. ¿Puedo pedirle un último favor?».
“Según de qué se trate», repuso ella con la natural prevención.
«Sé que todavía ha de volver un par de días antes de irse de vacaciones. ¿Tiene algún libro de Henry James?»
«Sí; no me digas que te interesa.»
«No lo he leído, pero por lo que dicen los manuales, parece un tío legal. ¿Me puede prestar uno?»
«Es un peñazo.»
«Ya lo veremos. Usted y yo funcionamos con distintos parámetros.»
«Parámetros! ¿De dónde has sacado tú esta palabra?»
«De donde salen todas, joder, del diccionario de la Real Academia. Y no veo qué tiene de malo. Echas una blasfemia y nadie te dice nada, pero dices parámetros y todo dios se escandaliza. ¿Qué pasa con los marginados, a ver?»
«Nada, hombre, no seas picajoso. Sólo trataba de bajarte los humos para que no hagas el ridículo.»
Antolín Cabrales leyó a Henry James y lo encontró de baten. A la señorita Fornillos se le iba la cabeza al oír a aquel muchacho, que a principios de curso no había leído ni siquiera el As, emitir juicios sobre Los embajadores.
«Pero ¿tú entiendes este galimatías?»
«No hay nada que entender, ¿vale? No va de eso.»
La señorita Fornillos ya no se preguntaba si su alumno era tonto, sino si lo era ella. A veces le asaltaba el temor de ser víctima de un engaño colosal, urdido por Antolín Cabrales o quizá por otro recluso que utilizaba a Antolín Cabrales para llevar adelante su proyecto diabólico. Pero por más que se devanaba los sesos no alcanzaba a comprender en qué podía consistir aquella conspiración y en el fondo se negaba a creer que alguien, incluso una mente superior, urdiera un plan criminal que incluyera la lectura de Henry James.
No hay comentarios:
Publicar un comentario