ANTE LA HOGUERA
Veintiún relatos en veinticuatro
años, los que median entre 1999 y 2022, ambos inclusive, parecen cosecha
suficiente. Máxime cuando la certeza de que el relato como asiento de la
escritura ha agotado su sentido es al fin inconmovible. Una certeza a la que no
he llegado por motivos de insatisfacción o de parálisis, sino debido a que la literatura,
que en mi caso se revela cada vez con más intensidad como la manifestación de
un permanente estado de crisis, ha mudado su aspecto y su objetivo, tanto en lo
que se refiere al lugar desde el que contemplar el mundo como en lo que atañe a
la estrategia mediante la que afinar esa mirada. Sencillamente, el recipiente ha dejado de ser
significativo como espacio en el que decantar la sustancia de la escritura. No es un demérito del
género, pues, sino una cuestión de perspectiva.
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