PRÓLOGO
El violador de niñas
Roman Polanski
Todo empezó para mí en la
primavera lluviosa de 2014, cuando me vi inmersa en una batalla solitaria
-vale, imaginaria- con un genio repugnante. Estaba reuniendo información sobre
Roman Polanski para escribir un libro y su monstruosidad me dejó de piedra. Era
monumental, como el Gran Cañón, enorme, hueca y ligeramente incomprensible.
El 10 de marzo de 1977 -cito los
detalles de memoria- Roman Polanski llevó a Samantha Gailey a casa de su amigo
Jack Nicholson, en Hollywood Hills. La incitó a meterse en el jacuzzi, la animó
a desnudarse, le dio un Quaalude, la siguió a donde estaba sentada en un sofá,
la penetró, cambió de posición, la penetró analmente y eyaculó. Los detalles se
amontonaban, pero con lo que me quedé fue con un hecho muy simple: violación
anal de una niña de trece años.
Y, aun así, pese a saber lo que
había hecho Polanski, yo seguía disfrutando de su obra. Mucho. Durante la
primavera y el verano de 2014, miré sus películas, de una belleza también
monumental, inmune al hecho de que yo fuera consciente del delito cometido por
su director. Se suponía que a mí no debía gustarme la obra de Polanski
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