Conversaciones con David Foster Waqllace, p. 54
Un profesor que me caía bien
decía que la función de la buena literatura es relajar al inquieto e inquietar
al relajado. Supongo que buena parte del propósito de la narrativa seria es proporcionar
al lector, quien como todos nosotros es una especie de náufrago en su propio
cráneo, proporcionarle acceso imaginativo a otros yos. Dado que sufrir forma
parte ineludible de tener un yo humano, los humanos se acercan al arte en alguna medida para experimentar el sufrimiento,
necesariamente como experiencia vicaria, más bien como una especie de
generalización del sufrimiento. No sé si me explico. En el mundo real, todos
sufrimos en soledad; la empatía verdadera es imposible. Pero si una obra de
ficción nos permite de forma imaginaria identificarnos con el dolor de los
personajes, entonces también podríamos concebir que otros se identificaran con
el nuestro. Esto es reconfortante, liberador; hace que nos sintamos menos
solos. Podría ser así de simple. Sin embargo observamos que la televisión y el
cine popular y la mayoría de los tipos de “baja” cultura -lo cual simplemente
quiere decir arte cuyo objetivo fundamental es ganar dinero- son lucrativos precisamente
porque asumen que el público prefiere un cien por cien de placer a una realidad
que suele componerse de un 49 por ciento de placer y un 51 por ciento de dolor.
Mientras que el arte “serio”, cuyo objetivo principal no es sacarte el dinero,
tiende a hacer que te sientas incómodo, o te empuja a esforzarte para acceder a
su disfrute, del mismo modo que en la vida real el placer es consecuencia del
esfuerzo y de la incomodidad. Por tanto es difícil que el público, especialmente
el joven que ha sido educado para esperar que el arte sea cien por cien
placentero y para recibir ese placer sin esfuerzo, lea y aprecie la narrativa
seria. Eso no es bueno. El problema no es que el lector de hoy sea tonto, yo no
lo creo. Lo único que pasa es que la televisión y la cultura comercial le han
enseñado a ser una especie de vago e infantil en cuanto a sus expectativas.
Esto hace que intentar llamar la atención de los lectores de hoy implique una
dificultad imaginativa e intelectual sin precedentes.
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