Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

TURING


Un verdor terrible, B Labatut, p. 26

Pero la manzana nunca fue examinada para probar la hipótesis del suicidio (aunque sus semillas contienen una sustancia que libera cianuro de forma natural; bastaría medio tazón de ellas para matar a un ser humano) y hay quienes creen que Turing fue asesinado por el servicio secreto británico, a pesar de que había liderado el equipo que rompió el código con que los alemanes cifraban sus comunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial, algo que fue decisivo en la victoria aliada. Uno de sus biógrafos plantea que las ambiguas circunstancias de su muerte ( como la presencia de un frasco con cianuro en su laboratorio casero, o la nota manuscrita que dejó en su velador, la cual solo contenía el detalle de las compras que pensaba hacer al día siguiente) fueron planificadas por el mismo Turing, para que su madre pudiera creer que su muerte había sido accidental, liberándola del peso de su suicidio. Aquella habría sido la última excentricidad de un hombre que enfrentó todas las particularidades de la vida con una mirada única y personal. Como le molestaba que sus compañeros de oficina usaran su tazón favorito, lo ató a un radiador y le puso un candado con clave; sigue colgado allí hasta el día de hoy. En 1940, cuando Inglaterra se preparaba para una posible invasión alemana, Turing compró dos enormes lingotes de plata con sus ahorros y los enterró en un bosque cerca de su trabajo. Creó un elaborado mapa en código para saber dónde estaban, pero los escondió tan bien que él mismo fue incapaz de encontrarlos al final de la guerra, incluso usando un detector de metales. En sus ratos libres le gustaba jugar a la «isla desierta», un pasatiempo que consistía en fabricar por sí mismo la mayor cantidad posible de productos caseros; creó su propio detergente, jabón y un insecticida cuya potencia incontrolable devastó los jardines de sus vecinos. Durante la guerra, para llegar hasta su oficina del centro de criptografía de Bletchley Park, usaba una bicicleta con una cadena defectuosa, que se negaba a arreglar. En vez de llevarla al taller, sencillamente calculó el número de revoluciones que la cadena podía aguantar y se bajaba de un salto segundos antes de que se volviera a caer.


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