Le dedico mi silencio, Vargas Llosa, p. 211
He aquí algunas muestras de
huachafería de alta alcurnia: retar a duelo, la afición taurina, tener casa en
Miami, el uso de la partícula «de» o la conjunción «y» en el apellido, los
anglicismos y creerse blanco. De clase media: ver telenovelas y reproducirlas en
la vida real, llevar tallarines en ollas familiares a las playas los días
domingos y comérselos entre ola y ola; decir «pienso de que» y meter
diminutivos hasta en la sopa («¿Te tomas un champancito hermanito?”). Y
proletarias: usar brillantina, mascar chicle, fumar marihuana, bailar el rock
and roll y ser racista.
Los surrealistas decían que el
acto surrealista prototípico era salir a la calle y pegarle un tiro al primer
transeúnte con el que se cruzaran. El acto huachafo emblemático es el del
boxeador que, por las pantallas de la televisión, con la cara hinchada todavía
por los puñetazos que recibió, saluda a su mamacita que lo está viendo y
rezando por su triunfo, o el del suicida frustrado que, al abrir los ojos, pide
confesión.
Hay una huachafería tierna (la
muchacha que se compra el calzoncito rojo, con blondas, para turbar al novio) y
aproximaciones que, por inesperadas, la evocan: los curas marxistas, por
ejemplo. La huachafería ofrece una perspectiva desde la cual observar y
organizar el mundo y la cultura. Argentina y la India (si juzgamos por sus
películas) parecen más cerca de ella que Finlandia. Los griegos eran huachafos
y los espartanos no; y entre las religiones, el catolicismo se lleva la medalla
de oro. El más huachafo de los grandes pintores es Rubens; el siglo más
huachafo es el XVIII, y, entre los monumentos, nada hay tan huachafo como el
Sacré Coeur, en París, y el Valle de los Caídos en España. Hay épocas históricas
que parecen construidas por ella: el Imperio bizantino, Luis de Baviera, la
Restauración. Hay palabras y expresiones huachafas: prístina, societal, concientizar,
mi cielo (dicho a un hombre o a una mujer)
No hay comentarios:
Publicar un comentario