Monsieur Proust, Céleste Albaret, p. 412
La imagen que guardo de él en mi
corazón es la más bella de todas y el más hermoso de los recuerdos. En ella
está tan maravilloso como siempre. Príncipe entre los hombres y príncipe de los
espíritus.
Nunca me ha abandonado. En la
vida, cada vez que tuve que hacer una gestión, encontré a un admirador de
monsieur Proust que me ayudara, y era como si, desde la muerte, hubiera seguido
protegiéndome. Al igual que dije al principio de este libro, cada vez que tengo
que resolver un problema personal, tomo consejo de su recuerdo, y el asunto se
simplifica.
Muy recientemente ocurrió una
extraña historia. En el tiempo del boulevard Haussmann, una noche en que me
estaba enseñando objetos que me había pedido que sacara del cajón de recuerdos de
la cómoda, especialmente unos bonitos pendientes, largos y de coral, que habían
pertenecido a su madre, me dijo:
-Creo que le quedarían bien a mi
sobrina Suzy. Lléveselos, Céleste.
Después, a mi vuelta:
-Ah, tenga, aquí está mi alfiler
de corbata de ópalo. Desgraciadamente, lo he aplastado con el pie. Es una pena.
El ópalo es tan bonito ... ¿Lo quiere? Se lo regalo.
Me lo hice montar en un anillo y
ya no salió de mi dedo. Más tarde, mucho más tarde, quise dárselo a mi hija.
Pero Odile tenía miedo de perderlo y, sabiendo que para mí era importante,
prefirió dejármelo. Yo lo llevaba noche y día. Después, un día, lo pierdo. Desolada,
hago como mi madre: rezo a san Antonio (ella me decía que gracias a él lo
encontraba siempre todo).
Aquel mismo día, Odile me había
llevado unas verduras que yo había elegido, lavado, cocido y picado. Llega la
hora de sentarnos las tres a la mesa; la tercera era mi hermana Marie, que vive
conmigo. Comemos la verdura. De repente, Odile se para en seco, con aire inquieto.
Yo le digo:
-¿Qué pasa? ¿Te has roto un
diente?
Era el ópalo de monsieur Proust.
Entonces supe que no me había
abandonado, del mismo modo en que tampoco yo le había abandonado a él.
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