Carta de la autora
Escribo estas líneas desde mi
antigua casa de Nueva Delhi, sentada en una habitación de paredes frescas en
una ciudad abrasadora mientras fuera, en la calle, las ramas de los árboles están
llenas de periquitos y de koeles, y unas cometas negras cabalgan sobre las
corrientes de aire por encima de la centenaria tumba de Humayun. La estación de
Nizamuddin está a tiro de piedra de aquí. La circulación de los trenes es
constante y el ruido de sus silbatos se me cuela en el cerebro mientras duermo.
En momentos así, vuelvo a enamorarme de la ciudad, y aunque ahora vivo en
Lisboa, pienso en este lugar como en mi verdadero hogar.
¿Y cómo no iba a hacerlo? Todo lo
que escribo está impregnado con la vida de estas calles. Pasé años
recorriéndolas de forma obsesiva, fumando un cigarrillo tras otro en mi coche,
a la caza de buenas historias, muchas veces en el sitio equivocado. Era una
periodista pésima, pero lo que es malo para el periodismo puede ser bueno para
la ficción, y unos valores morales que hace un tiempo podían ser confusos e
indolentes pueden esclarecerse y fortalecerse con los años hasta someter lo
malo y convertirlo en lo que he escrito en estas páginas.
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