Historia menor de Grecia, Pedro Olalla, p. 34
ANÁFLISTOS, ÁTICA
525 ANTES DE CRISTO
Según lo convenido con el maestro
estatuario, esta mañana han llegado al taller los padres de Creso, el joven
soldado de Anáflistos muerto en combate el pasado verano. Vienen a recoger la
estatua funeraria que adornará la tumba de su hijo.
En la pequeña estancia dispuesta
para la entrega, aquel inmenso bloque inerte traído desde Paros en barco y
arrastrado hasta aquí sobre un carro de bueyes ha perdido su horizontalidad y
su peso, se ha puesto sorprendentemente en pie apoderándose de la figura del
muchacho, cobrando ligereza y vida ahora que ha pasado la muerte.
La visión de la estatua produce
escalofríos. Por alguna razón, esta imagen de mármol no es como los colosos
votivos del cercano santuario de Sunion, simbólicos y ausentes. Aquí, detrás de
la sonrisa y la mirada, han quedado atrapadas la serenidad y la inocencia; ese
pecho espacioso entregado a la luz parece aún lleno del aire limpio de la
bahía; esos músculos nítidos y turgentes son, sin lugar a dudas, los de aquel
muchacho que aún era un niño hace apenas tres años.
Pasados unos minutos, el lapicida
entra en la sala con gesto reverente y solicita las palabras para grabar el
epitafio. El padre le hace entrega de un trozo de papiro escrito la pasada
noche. Su esposa y él han decidido que no habrá ningún elogio épico, ninguna
alusión al valor o a la patria, ninguna mención al enemigo.
PARATE Y LAMENTATE
ANTE LA TUMBA DEL DIFUNTO CRESO
A QUIEN ANIQUILO EN EL FRENTE EL
FURIOSO ARES
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