Historia menor de Grecia, Pedro Olalla, p. 98
Jesús nació entre los judíos,
pero está construyendo su Iglesia sobre la fe de los gentiles. Ellos, mejor que
nadie, han comprendido su espiritualidad y han creído en su esencia divina.
Ellos son los que están divulgando su palabra: Aquila en Corinto, Narciso en
Atenas, Apeles en Esmirna, A polo en Éfeso, Aristarco en Apamea, Tito en Creta,
Andrónico en Roma ... Marcos quiere ayudar a sus hermanos en la fe fijando por
escrito lo que cree que es verdad de cuanto dicen sobre Jesús los que refieren
los recuerdos de los apóstoles; quiere contribuir a la fe fijando en la lengua de
las naciones lo que en el fondo importa, más allá de los hechos de la breve
existencia de Jesús entre los hombres. Para Marcos, lo que debe tenerse por
verdad es que, desde el momento del bautismo, Jesús fue el Hijo de Dios, aunque
después decidiera vivir sin revelar su identidad hasta el momento de resucitar
y de subir al Padre. Él cree que lo importante es que el Espíritu divinizó a
Jesús y le otorgó poder sobre los demonios, el mal y la muerte. Ésta es la
esencia. Por eso ahora, Marcos toma el cálamo y, discerniendo entre los muchos
dichos que llegan de Judea y otras tierras, empieza a escribir un valiente
testimonio sobre la buena nueva de Jesús: un relato conciso que comienza aquel
día en el Jordán, cuando, como paloma, el Espíritu descendió sobre él y Dios lo
proclamó su hijo amado.
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