Lo que la primavera, Marta Robles, p. 34
Difícil saber cómo dispone de
tiempo para todo, si se atiende a su propia leyenda, que cuenta que, tras
abandonar su Inglaterra natal, Byron tiene más de doscientas cincuenta
relaciones con las correspondientes mujeres. Y parece que hay incluso una
prueba de ello, que es la recopilación que hace el poeta de muestras del vello
púbico de cada una. Esa pubefilia está tan extendida entre el género masculino
que existe un mercado de compraventa de las colecciones que, como Byron,
atesoran con primoroso cuidado numerosos fetichistas.
Lord Byron, el hombre que ama a
mujeres incontables y al que también se le conocen relaciones con jóvenes de
todos los sexos en sus viajes por Oriente, al final de su vida, tal vez
rememorando la Grecia clásica, cuenta con una historia personal que tiene mucho
que ver con su obsesión por el sexo. O tal vez con la necesidad de multiplicar
sus relaciones sexuales -que comienzan muy pronto, cuando él es tan solo un
niño-, para agrandar su autoestima.
George Gordon Byron tiene tan
solo nueve años cuando Mary Gray, su institutriz, fanática seguidora del
calvinismo y devota religiosa, que le enseña la lectura a través de los pasajes
bíblicos, lo inicia en las artes amatorias. Con ella, y a tan temprana edad,
pierde la virginidad. Y desde ese encuentro sexual, seguramente determinante,
el poeta sostiene innumerables relaciones carnales sobre todo con mujeres, pero
también con hombres, que según muchos de sus biógrafos exceden las trescientas.
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