Lo que la primavera, Marta Robles, p. 228
Aunque, como desahogo, también
preso, alumbra la hondísima De profundis, una larga y doliente epístola que
contiene una conmovedora reflexión sobre la actuación de Queensberry contra él,
apoyada en una de las cartas que Wilde escribió a su hijo Bosie al poco de conocerlo.
Es una obra repleta de despecho y de tristeza, donde expone su tormentosa
relación con Alfred Douglas, pero también una epístola que exhala
espiritualidad. En ella revisa no solo los
malvados actos de Bosie, sino la figura de Jesucristo y el cristianismo, como
también sus propios errores, al tiempo que subraya el amor que ni aún entonces
ha dejado de sentir por quien le ha utilizado, se ha gastado su dinero y le ha
traicionado con mentiras. La ruina sentimental, emocional y económica (retiran sus
obras de las librerías, venden su biblioteca, sus muebles y vacían sus cuentas
bancarias para indemnizar a Queensberry) le incitan a intentar suicidarse en
aquella celda de tres por dos metros, donde apenas cabe. Al salir es otro.
Enfermo, apagado, destruido ... Su cabello se ha vuelto blanco y su mirada
melancólica. Viaja a Francia empujado por el ostracismo social, bajo el nombre de
Sebastian Melmoth, para eludir el agravio que le supone el suyo; pero antes
claudica a la insistente demanda de Bosie (pese a que nunca lo visitó en la
cárcel) y acude a verlo a Nápoles, en vez de regresar con su esposa y sus
hijos. El fracaso de aquella segunda vuelta de la relación, sin el dinero de
Wilde para pagar los caprichos de Bosie, se produce a los pocos meses. Wilde parte
entonces definitivamente para Francia y se aloja en el hotel d'Alsace, donde
escribe algunos artículos con pseudónimo y mal pagados y termina La balada de
la cárcel de Reading, el bello poema que empieza a escribir en prisión y que
alcanzará un notorio éxito. Enferma de meningitis, se convierte al catolicismo
en sus últimas horas (¡qué habría dicho su padre!) y el 30 de noviembre de 1900
muere, alcohólico, tras un agónico estertor y dejando una deuda de ochocientos
francos en el hotel, que paga su incondicional amigo Robert Ross. Solo
cincuenta y seis personas acuden a la se encuentra su tumba.
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