-¡Tú eres un señorito, Alvarín! -exclama Rafael Mazarrasa, dando una palmada en el hombro a su amigo.
-¡No se puede ser menos, desde
luego! -contesta Alvarín, fruncido el ceño. Añade luego-: También eres tú un
señorito. Es lo único que somos, señoritos del Muelle.
-¡Señoritos, sí, a mucha honra!
Sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos
... ¿Te acuerdas de esas frases? Tú acababas de llegar a Santander, a España, a
finales de octubre de 1933. Comentamos, ¿te acuerdas?, ese discurso. Somos
señoritos porque así lo fueron siempre, en la historia, los señoritos de
España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en
tierras lejanas, y en nuestra patria misma, supimos arrostrar la muerte y
cargar con las misiones más duras ...
-Señoritos es despectivo, somos
niños bien, diga lo que diga José Antonio Primo de Rivera.
Es un día nublado de finales de
1934. El Muelle está casi vacío esta tarde. Santander, en cambio, está repleta
de agitación a finales de ese año. Será una Navidad agitada por fuera y
remansada por dentro. Mercedes, la cocinera, hará una rica cena de Navidad: un
pavo asado relleno de manzanas y de pasas.
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