La estrella de la mañana, KO Knausgard, p. 734
Si resulta que para ver la muerte
hay que suprimir el conocimiento, se suprime a la vez la conciencia de la
muerte, entonces desaparece la muerte, y ya no queda nada por ver. La paradoja
recuerda a lo que ocurre en el mito de Orfeo cuando baja al inframundo a
llevarse a Eurídice, y Hades se lo permite con una condición: que no se vuelva a
mirarla antes de que hayan subido de nuevo al sobremundo. Pero él quiere verla,
se vuelve, y Eurídice desaparece. Solo está cuando él no mira. Si él mira, ella
ya no está.
Esa idea, y que el éxtasis
siempre ha formado una parte importante de la vida religiosa, hizo al chamán
buscar el sueño y las visiones, porque los sueños, las visiones y el éxtasis tratan
de la disolución de la conciencia del yo, que es la que une el conocimiento y
la mirada.
En la antigua Grecia, la muerte y
el sueño eran fenómenos emparentados, en la mitología eran hermanos, y en la
Ilíada, incluso gemelos, Tánatos e Hipnos, que transportan a los muertos al
reino de los muertos. Racionalmente, los dos están separados, como es natural:
el sueño es un estado en el que entramos
deslizándonos y del que luego salimos de la misma manera, la muerte es
absoluta. La pregunta que plantean los mitos griegos es si también la frontera
entre la muerte y la vida es deslizante, un desplazamiento de estado, como el
que se da entre el sueño y el estado de vigilia, o si es, como nosotros lo
entendemos, absoluta, una cuestión de esto o aquello. Dicho de otra manera: ¿la
frontera entre la vida y la muerte es el resultado de las limitaciones de
nuestros sentidos, o es real?
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