Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 342
Plutarco, que sabía tanto del
epicureísmo y el estoicismo como sobre las tradiciones platónicas y
aristotélicas en las que se había formado, creía en la aplicación práctica de
la ética clásica a los problemas humanos. Sus obras persiguen una finalidad
filosófica, concretamente, la edificación moral de los lectores, pero nunca son
aburridas ni condescendientes, en gran medida debido a la genial personalidad
de Plutarco y a su vena humorística, que brilla incluso en sus obras más
sentenciosas, como Sobre la locuacidad, sus consejos para tratar con individuos
demasiado parlanchines.
Algunos de sus ensayos incluyen
consejos que vale la pena consultar aún hoy; por ejemplo, cuando dice que ser
pacientes si nos irritamos con los niños, la mujer y los amigos íntimos es de
por sí bueno, pero que también es el modo más seguro de aprender a controlarnos
cuando tratamos con personas difíciles fuera del círculo inmediato, vemos al
Plutarco más práctico y ético en Sobre el refrenamiento de la ira. En De cómo
alabarse sin despertar envidia da inteligentes recomendaciones sobre los
contextos en que es aceptable elogiarse a uno mismo (por ejemplo, cuando nos
tratan injustamente) y fórmulas que pueden suavizar la impresión de falta de
modestia.
Entre los escritos de Plutarco,
el que más eficazmente combina un mensaje serio con el valor añadido de entretenimientos
es Grilo, donde examina la naturaleza humana escenificando un debate
pseudoplatónico entre Ulises, Circe y Gryllus ( «el Gruñón»), transformado este
en un cerdo que no quiere recuperar su forma humana. Grilo sostiene que no se
equivoca al elegir esa existencia y lleva a cabo una defensa admirable del ser zoomórfico:
los animales son más valiente; porque pelean sin malicia; las hembras de los
animales son más valientes que las mujeres; los animales son más moderados y no
desean posesiones materiales; tampoco necesitan perfumes; no cometen adulterio a
escondidas, no tienen relaciones sexuales salvo para procrear y, por tanto,
evitan las perversiones sexuales; siguen dietas sencillas, tienen la cantidad
justa de inteligencia para sus condiciones de vida naturales y, en
consecuencia, se les ha de reconocer que son racionales. La vida del animal,
tal como la define Grilo, se parece a la vida de un filósofo ascético. Aquí
Plutarco invita al lector a pensar seriamente sobre la vida ética y social de
los humanos recurriendo a la historia más encantadora y conocida de la Odisea,
el episodio en que Circe transforma en cerdos a los hombres de Ulises.
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