Hacia la estación de Finlandia, E. Wilson, p. 246
Los habitantes de los países
civilizados, en la medida en que han sido capaces de actuar como seres
creadores y racionales, han luchado para conseguir una disciplina y unos
objetivos que pudieran aportar orden, belleza y salud a sus vidas; pero en la
medida en que continúan divididos en grupos, interesados en hacerse daño
mutuamente, están limitados por barreras
ineludibles. Solo a partir del momento en que tengan conciencia de dichos
conflictos y comiencen a liberarse de ellos podrán iniciar el camino que los
lleve hacia un código de ética, un sistema político o una escuela artística
verdaderamente humanos y distintos de los imperfectos y tarados que ahora
conocemos. Pero la corriente de las actividades humanas se orienta siempre en
esta dirección. Cada uno de los grandes movimientos políticos que rompe las barreras
sociales significa una fusión nueva y más amplia del elemento asaltado y
absorbido, y del factor agresivo en ascenso. El espíritu humano sigue
abriéndose paso contra la voraz presión animal, para formar unidades cada vez
mayores de seres humanos, hasta que, finalmente, nos demos cuenta, de una vez
para siempre, de que la raza humana es una y que no debe hacerse daño a sí
misma. Entonces podrá fundarse sobre esta realización una moral, una sociedad y
un arte más profundos y abarcadores de lo que en la actualidad el hombre puede
imaginar.
Y aunque es cierto que ya no
podemos recibir de Dios leyes que trasciendan las limitaciones humanas, y
aunque también es verdad que no podemos ni siquiera pretender que las
construcciones intelectuales del hombre tengan una realidad independiente del
conjunto específico de condiciones terrenales que han estimulado a ciertos individuos
a elaborarlas, cabe, sin embargo, afirmar en favor de esta nueva ciencia de
cambio social, por rudimentaria que todavía sea, que es más verdaderamente,
universal y objetiva que cualquier otra teoría anterior de la historia. Pues la
ciencia marxista se ha desarrollado como respuesta a una situación en la que
finalmente resulta claro que para que la sociedad pueda subsistir de alguna
manera tiene que organizarse sobre nuevos principios de igualdad; por ello nos
hemos visto obligados a formular una crítica de la historia desde el punto de
vista de la necesidad inminente de un mundo liberado de nacionalismos y de
clases. Si nos hemos comprometido a luchar por los intereses del proletariado,
es porque queremos trabajar por los intereses de la humanidad en su conjunto.
En ese futuro, el espíritu humano, representado por el proletariado, se
desplegará para formar esa unidad más amplia cuya contemplación teórica es ya
posible.
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