Vencer el miedo, Jordi Amat, p. 243
Empieza a ser evidente por
doquier que los nuevos escritores más auténticos están redescubriendo la virtud
de la simplicidad e incluso en la crudeza, y no lo están haciendo por cierto de
un modo ingenuo, sino, por el contrario, haciendo visibles los hilos con los
que mueven sus marionetas; se aseguran de que al público no le pasen
desapercibidos, y jugar con Verfremdungseffekte es todo menos jugar con la
propia ingenuidad. En el caso de Martín-Santos, que es psiquiatra en activo, es
obvio desde el principio que el pecado de ingenuidad lo cometería cualquiera
que tratara de analizar su simbolismo de las ratas corno si fuera un comentario
sobre la novela. Este análisis es, de hecho, el contenido de la novela, y el
lector no hará estrictamente más que lo que se le ha pedido que haga si sitúa los
hechos de la sórdida trama de la novela, demasiado sórdida incluso para un
periódico, en un modelo de interpretación mutuamente condicionada: el hecho de
que las ratas nacieran y se alimentaran entre los pechos de muchachas jóvenes,
el hecho de que esta inusual pero consentida maternidad se arruine cuando una
de las chicas corre el riesgo de convertirse en madre «natural», el hecho de
que el deseo de salvar las ratas termine en frustración aunque sea muy efectivo
para llevar sufrimiento y muerte a las personas implicadas, el hecho de que las
ratas (siendo corno son ratas de Illinois) procedan de una cepa más valiosa y
mejor cuidada que los habitantes del extraño país donde todo esto ocurre, y el
hecho final de que las ratas nunca habrían servido a ningún fin válido, porque
la teoría científica que tenían que probar (y ningún personaje del libro
muestra ningún otro destello de inteligencia) estaba estúpidamente desorientada.
Un país de ratas, poblado por personas que
son corno ratas: así ve Martín-Santos su país, su España. Un extraño barco que
se va a pique, podría decirse, al que las ratas acuden desde todas partes en
vez de abandonarlo para que se hunda solo.
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