La mirada quieta, Vargas Llosa, p. 92
Se ha elogiado esta tendencia de
Pérez Galdós de hacer hablar en jerga a algunos de sus personajes, como a José
Izquierdo, apodado Platón en la novela. Pero esta costumbre requiere un nuevo
análisis y en cierto modo una corrección radical. A menos de que sea una
recreación integral de esa lengua oral, hacer hablar en jerga a los personajes
a la manera de Pérez Galdós es inevitablemente despectivo, revela las orejas disgustadas
y a la vez entretenidas de un señorito de la clase media, que se divierte con
las incorrecciones y barbaridades del lenguaje de un hombre o una mujer de
pueblo, que estropean el vocabulario y usan palabras sin saber lo que
significan y, encima, pronunciándolas tan mal. Pérez Galdós no recrea la jerga, no hay un trabajo de reconstrucción literaria
de aquella bárbara manera de expresarse, simplemente la reproduce en sus
novelas tal cual la oye. Es un muestrario que ridiculiza al personaje inculto,
que no sabe hablar correctamente pues desconoce la gramática, y, se diría,
habla tan mal a propósito, sólo para que se diviertan los señoritos que lo
escuchan. Muy distinto es el caso de un William Faulkner, por ejemplo, que en
sus novelas situadas en el corazón del Mississippi recrea el inglés de los
pobres sureños blancos, o de los negros, y no se burla de ellos, porque hay una
reestructuración literaria muy personal en sus cuentos y novelas de la manera
de hablar de aquella gente. Éste no es el caso de Pérez Galdós, un mero
recopilador de expresiones que deforman el idioma correcto y bien hablado.
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