Tengo a Javier Cercas por uno de los mejores escritores de nuestra lengua y creo que, cuando el olvido nos haya enterrado a sus contemporáneos, por lo menos tres de sus obras maestras, Soldados de Salamina, Anatomía de un instante y El impostor, tendrán todavía lectores que se volcarán hacia esos libros para saber cómo era nuestro presente, tan confuso. Es también un valiente. Quiere su tierra catalana, vive en ella y, cuando escribe artículos políticos criticando la demagogia independentista, es convincente e inobjetable.
En la civilizada polémica que
tuvo sobre Benito Pérez Galdós hace algún tiempo con Antonio Muñoz Molina,
Cercas dijo que la prosa del autor de Fortunata y Jacinta no le gustaba. «Entre
gustos y colores, no han escrito los autores», decía mi abuelo Pedro. Todo el
mundo tiene derecho a sus opiniones, desde luego, y también los escritores; que
dijera aquello en el centenario de la muerte de Pérez Galdós, cuando toda
España lo recordaba y lo celebraba, tenía algo de provocación. A mí no me gusta
Marcel Proust, por ejemplo, y por muchos años avergonzado lo oculté. Ahora ya
no. Confieso que lo he leído a remolones; me costó trabajo terminar En busca
del tiempo perdido, obra interminable, y lo hice a duras penas, disgustado con
sus larguísimas frases, la frivolidad de su autor, su mundo pequeñito y
egoísta, y, sobre todo, sus paredes de corcho
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