TILLIE
Mi abuela paterna era huraña,
gruesa y formidable. Cuando se reía lo hacía a carcajadas, rumiaba por razones que
solo ella conocía, aireaba a gritos sus opiniones a veces alarmantes y hablaba
un dialecto noruego impenetrable para mí. Aunque nació en Estados Unidos, nunca
llegó a dominar el sonido th del inglés y optó por pronunciarlo como una simple
t, cambiando la sonoridad de las palabras. Cuando yo era niña, ella tenía el
pelo blanco y abundante, y si se lo soltaba, le llegaba casi hasta la cintura. Antes
de que yo la conociese, era de color caoba. Con los años empezó a clarear, pero
recuerdo mi asombro cuando lo llevaba sin recoger. Eso solo sucedía por la
noche, cuando se soltaba el moño frente al espejo brumoso del minúsculo
dormitorio húmedo y mohoso de la casa de campo donde vivía con mi abuelo, quien
tenía su propia habitación aún más pequeña bajo los aleros en lo alto de la
estrecha escalera de madera, un lugar que casi nunca se nos permitía visitar.
Una vez suelto el pelo y puesto el camisón, mi abuela se quitaba la dentadura y
la dejaba en un vaso junto a la cama, un acto que a mi hermana Liv y a mí nos
fascinaba, pues no teníamos ninguna parte del cuerpo que pudiéramos sacarnos
por la noche y ponernos de nuevo por la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario