Diarios, Chirbes, p. 320
Cuando desde el fondo del pozo,
uno se pregunta el porqué de la literatura, o si merece la pena seguir llenando
páginas, Mann, con un pie ya en la tumba, nos da una gozosa respuesta .en su
divertido Felix Krull Sin libros como ese, la vida merecería bastante menos la
pena. Bajo el juego de disfraces del mozo de comedor Krull, que ha cambiado su
personalidad con la de un aristócrata, hay una lección de ética: la vida es
representación, y precisamente en mantener la credibilidad del papel que te ha
tocado en esa representación, encuentras tu grandeza. Como ocurre en la naturaleza
( esas flores que se visten para atraer a los insectos polinizadores), el arte
es disfraz, pero un disfraz que exige disciplina, ascetismo ( el rigor del
entrenamiento en la trapecista que aparece en el libro): ser humano y, al mismo
tiempo, no serlo, retorcer esa humanidad, pero disimular pudorosamente la
violencia que expresa la contorsión, esconder el doloroso esfuerzo, y mostrar
solo la pirueta.
La novela termina
precipitadamente, incluso podría decirse que. Mann la deja sin terminar. Hay un
final mutilado, y los últimos capítulos son los menos brillantes, los más
discursivos y tediosos del libro, pero haber vuelto a trabajar durante sus
últimos días en ese texto iniciado en su juventud, supone un homenaje a sí
mismo. Mann se felicita por el simple hecho de haber vivido. La elegancia, la
gracia, la ironía se manifiestan en un diaporama de personajes, de situaciones,
de decorados: comedores de grandes hoteles ( con su contrapunto de sórdidas
vidas tras las mamparas, en cocinas, sótanos y buhardillas), vagones de lujo,
elegantes cafés, un mundo que cuando Mann escribía ya la guerra había hecho estallar
y era nada más que ceniza, recuerdo. Felix Krull es el homenaje a aquello que
ocurrió, se esfumó, y ya no volverá más. Él mismo, el autor, se sabe a punto de
hundirse tras el telón de sombras, de desaparecer como ha desaparecido el mundo
al que perteneció. En el último momento, levantar una novela como, en una
chispeante despedida, se levanta la copa de champán.
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