De Turín es el famoso sudario, el que muestra el cuerpo de Cristo de cara tras la crucifixión: manos cruzadas sobre los genitales, ojos cerrados, cabeza coronada de espinas, La imagen no se percibe sobre el lino a simple vista. Fue descubierta a finales del siglo diecinueve, cuando un aficionado a la fotografía miró el negativo de una imagen que había tomado de la tela y vio la figura; pálida y desvaída, pero no obstante ahí. Sólo en el negativo: el negativo se transformó en positivo, lo que implica que el sudario en sí era ya, de hecho, un negativo. Unas décadas después, cuando dataron el sudario mediante la prueba del carbono 14, resultó que procedía de una época no anterior a mediados del siglo trece; si bien este detalle no afectó a los creyentes. Esa clase de cosas nunca afectan. La gente necesita mitos fundacionales, algún tipo de huella del año cero, un perno que asegure el andamiaje que a su vez sujeta la arquitectura de la realidad, del tiempo: cámaras de memoria y sótanos de olvido, muros entre eras, pasillos que nos arrastren hacia los días del fin y lo que sea que venga después. Vemos las cosas como envueltas en un sudario, a través de un velo, sobre una pantalla sobrecargada de píxeles. Cuando el plasma informe adquiere forma y resolución, como un pez que se nos aproxima por aguas turbias o una imagen que asoma progresivamente entre líquidos nocivos en un cuarto oscuro,
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