El señor Wilder y yo, Jonathan Coe, p. 257
»En Berlín, en los años veinte
(poco después de que yo llegara, aunque mucho antes de que empezase a escribir guiones
y me metiera en la industria del cine) trabajé en un par de hoteles. El Eden y
el AdIon. Grandes hoteles, hoteles famosos. Era bailarín profesional. Así que a
eso me dedicaba, porque había todas esas mujeres que iban a los thés dansants
por las tardes, a veces con sus maridos pero casi siempre solas, y necesitaban
a alguien con quien bailar. Algún chico con buena pinta que supiera bailar, o
porque no tenían a nadie con quien hacerlo, o porque sus maridos no podían
bailar o tan siquiera tenerse en pie, o quizá porque ni podían pasarles el
brazo a sus mujeres por la cintura, ¿comprendes? Cosa que no siempre era fácil,
la verdad, porque muchas de esas mujeres alemanas tenían sesenta o setenta y
tantos años, y eran auténticas mujeronas, todo hay que decirlo, después de
pasarse la vida atiborrándose de Spdtzle y Knodely Wursty Sauerkrauty
Apfelstrudel. Que no estarnos hablando de chicas con el tipo de Audrey Hepburn,
vaya. Pero en realidad no eran las obesas las que más me llamaban la atención.
Solían ser mujeres bastante contentas consigo mismas. Me la llamaban más las
que conservaban la figura pero ya no eran guapas, y ahora estaban solas. Puede
que sus maridos las hubiesen dejado o que se hubieran muerto, y ya no iban a
conseguir tener otro hombre en su vida, ni en un millón de años, porque eran
viejas. Nada más. Esa era la única razón. Y cuando te rodeaban con los brazos,
¿sabes? (y yo no era ningún Holden, ni ningún Cary Grant, eso te lo puedo
jurar), aun así podías sentir su hambre, su necesidad, solo de tocar a otro ser
humano, ¿entiendes? Y era una sensación bastante desagradable, bajo mi punto de
vista, hacía que me entraran escalofríos, sentías esa desesperanza en la forma en
que te tocaban. Pero no te quedaba más remedio que compadecerlas. En cuanto una
mujer pierde su belleza, se acabó. Se hace invisible. Por eso se forran los
cirujanos plásticos, ¿sabes?, y eso es una cosa muy seria, no están haciendo una
operación sin importancia; muchos de esos tipos lo que hacen con estas mujeres
es ... Bueno, está todo en la película. Ya has leído el guión. Y nunca lo he
olvidado (incluso después de todos estos años, ¿cuántos ya?, cincuenta años,
Dios mío), pues aun después de todo ese tiempo nunca me he olvidado de la sensación
que te daban aquellas mujeres al rodearte con sus brazos, y al mirarlas a los
ojos ... La tristeza que veías en ellos. La tristeza y la necesidad ... Solo
pensarlo hace que me apetezca otro martini. ¿Tenemos tiempo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario