Diarios, Rafael Chirbes, p. 436
En algo recuerda al Demócrito de
Ribera ( cuya reproducción hoy he vuelto a ver en una página de El País en la
que se comentaba una exposición sobre El retrato español que han instalado en
el Prado, y que acompañaba a un texto de John Berger). El Demócrito de Ribera
nos parece un viejo campesino al que le han puesto en una mano un compás y le
han pedido que coloque la otra mano sobre un libro. El hombre acepta entre
escéptico y divertido lo que le están proponiendo hacer, representar, pensemos
que ha aceptado posar seguramente para ganarse algún dinero. No creo que Ribera
le contase siquiera a quién estaba representando, quién era ese tal Demócrito
que encarnaba en aquel momento. El artesano mira con sorna al artista, nos da
la impresión -con su risa socarrona..: de que no entiende el artificio, el
trabajo inútil del artista, le parece juego de niños, pérdida de tiempo,
improductivo, al margen del proceso de trabajo del que surgen los objetos
útiles, hechos para cubrir necesidades humanas, la exigencia del artista como
algo fuera de la obligación que te lleva cada día al puesto de trabajo. Pero
cuando el posado concluye, y se ve a sí mismo recreado en un lienzo, duplicado,
renacido, la ironía se le convierte· en temeroso respeto, el artista posee un
don que procede de Dios: lo ha capturado; no digamos ya cuando descu6ra, si
llega a descubrirlo, que eso que parecía un juego, además de admiración,
produce prestigio, y, sobre todo, produce dinero. Es un trabajo mucho más
rentable que pedir limosna a la puerta del hospital, o que el que hizo él mismo
en su taller antes de caer en la ruina.
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