Satin Island, Tom McCarthy, p.36
La torre de Babel, decía, se toma por lo general como símbolo de la arrogancia del hombre. Pero el mito, continuaba, ha sido malinterpretado. Lo que de verdad importa no es el intento de alcanzar el cielo, ni de hablar con el idioma de Dios. No: lo que importa es lo que queda cuando ese intento ha fracasado. Este edificio en ruinas (decía) sirve como deslumbrante recordatorio de que sus ocupantes potenciales están diseminados por la tierra, se extienden en horizontal en lugar de verticalmente, parloteando en todas estas lenguas distintas: esta torre sólo adquiere interés en cuanto ha suspendido su asignatura. Su ruina es el requisito previo a todo intercambio subsecuente, a toda actividad cultural. Y, por si eso fuera poco, pese a su desaparición, la torre subsiste: la veis en todas las pinturas; destrozada pero aún alzándose con sus arcadas y contrafuertes, sus torretas dentadas y su herrumbroso andamiaje. Lo valioso de ella es su inutilidad. Su inutilidad le otorga sentido: como símbolo, código, acicate para la imaginación, para la productividad. La primera maniobra de cualquier estrategia cultural, decía, debe ser liberar cosas -objetos, situaciones, sistemas- en el ámbito de la inutilidad.
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