Valle inquietante, Anna Wiener, p. 30
Allí donde el dinero cambiaba de manos,
enseguida aparecían tecnólogos emprendedores y gente con másteres en
administración de empresas. Proliferó el término «revolucionan” y no había
sector que alguien no estuviera a punto de revolucionar o que no pudiera ser
revolucionado: partituras, alquiler de esmóquines, comida casera, compras
online, planificación de bodas, operaciones bancarias, barbería, líneas de
crédito, servicio de tintorería, el método del calendario. Una página web que
permitía alquilar la entrada para coches de tu casa cuando no la usabas
consiguió cuatro millones de dólares de financiación de varias empresas
importantes de Sand Hill Road. Una página web que venía a transformar el mercado
de las mascotas -la aplicación te permitía contratar a alguien que te cuidara y
paseara al perro, una revolución para los chavales y chavalas de doce años del
vecindario- consiguió diez millones. Una aplicación para acumular cupones de
descuento permitió a una cantidad incalculable de urbanitas aburridos y
curiosos pagar por unos servicios que ni siquiera sabían que necesitaban, y
durante un tiempo la gente estuvo inyectándose
toxinas antiarrugas, yendo a clase de trapecio y blanqueándose el ano
solo porque tenían descuentos para hacerlo.
Fue el principio de la era de los
unicornios, las startups valoradas por sus inversores en más de mil millones de
dólares. Un importante inversor de capital riesgo declaró en las páginas de opinión
de un periódico financiero internacional que el software se estaba comiendo el
mundo, una afirmación que a continuación fue citada en incontables
presentaciones de PowerPoint, comunicados de prensa y ofertas de trabajo corno
si fuera la prueba de algo; corno si fuera una evidencia en vez de ser una simple
metáfora, torpe y nada poética.
Fuera de Silicon Valley parecía
reinar una resistencia generalizada a tornarse nada de todo esto demasiado en
serio. Prevalecía la opinión de que era una fase pasajera, igual que la
anterior burbuja. Entretanto, el sector tecnológico se expandía más allá del
ámbito de los futurólogos y los entusiastas del hardware y se asentaba en su
nuevo rol corno andamiaje de la vida cotidiana. No puedo decir que me enterara
de lo que estaba pasando porque no
estaba prestando atención. Ni siquiera tenía aplicaciones en el teléfono.
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