Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

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Valle inquietante, Anna Wiener, p. 264

Su empresa era divertida. Era divertida -¡divertida! - y quería que se enterara todo el mundo, y sobre todo los empleados y los candidatos a empleados. Los programadores iban zumbando por el centro comercial en bicicletas y patinetes. El capitán de sueños siempre llevaba patines y acudía patinando a sus compromisos, lo que lo hacía más eficiente y mejoraba su ritmo cardiaco. Ian se presentó a un pícnic acompañado de un robot militar cuadrúpedo, como si un trasto de metal del tamaño de una mula y capaz de abrir puertas fuera un comensal como cualquier otro. La empresa montó una fiesta del Día de los Muertos con comida mexicana, banda de mariachis y un altar iluminado con velas que rendía tributo a todos sus productos que nunca habían llegado a salir al mercado. También organizaba un evento de varios días en un antiguo campamento de boy scouts en el bosque: una metáfora un poco obvia, en mi opinión.

El gigante de los buscadores ofrecía prestaciones sociales que quedaban a medio camino entre lo universitario y lo feudal. Ian se hacía chequeos en el centro sanitario y volvía a casa trayendo condones de los colores del logo de la empresa y en los que había impreso el eslogan del buscador, VOY A TENER SUERTE. A los empleados se les ofrecía una panoplia de actividades de educación física -patinar era solo una de ellas-, e Ian se apuntó a hacer fitness funcional durante la pausa del almuerzo. Empezó a levantar pesas, a muscularse y a controlar sus estadísticas. Yo empecé a encontrarme envoltorios de barritas de proteínas en el filtro de la lavadora.

-Me preocupa convertirme en un friki-cachas -me decía, abriendo una aplicación para enseñarme sus estadísticas. A mí me daba igual que Ian se convirtiera en un friki-cachas; me preocupaba más que viera a sus colegas desnudos en los vestuarios colectivos. Resultaba demasiado íntimo. Él me recordó para tranquilizarme que la empresa era muy grande.

La corporación nodriza, que daba trabajo a unas setenta mil  personas, era una congregación de talentos de la programación única en la historia mundial -un pozo ilimitado de recursos a explorar, un prodigio de organización-, pero vista desde fuera tenía pinta de estar sufriendo cierto grado de esclerosis. Era la mejor gran empresa para la que se podía trabajar, decía a   veces Ian, pero su negocio central seguía siendo la publicidad digital, no el hardware.


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