Su empresa era divertida. Era
divertida -¡divertida! - y quería que se enterara todo el mundo, y sobre todo
los empleados y los candidatos a empleados. Los programadores iban zumbando por
el centro comercial en bicicletas y patinetes. El capitán de sueños siempre
llevaba patines y acudía patinando a sus compromisos, lo que lo hacía más
eficiente y mejoraba su ritmo cardiaco. Ian se presentó a un pícnic acompañado
de un robot militar cuadrúpedo, como si un trasto de metal del tamaño de una
mula y capaz de abrir puertas fuera un comensal como cualquier otro. La empresa
montó una fiesta del Día de los Muertos con comida mexicana, banda de mariachis
y un altar iluminado con velas que rendía tributo a todos sus productos que
nunca habían llegado a salir al mercado. También organizaba un evento de varios
días en un antiguo campamento de boy scouts en el bosque: una metáfora un poco
obvia, en mi opinión.
El gigante de los buscadores
ofrecía prestaciones sociales que quedaban a medio camino entre lo
universitario y lo feudal. Ian se hacía chequeos en el centro sanitario y
volvía a casa trayendo condones de los colores del logo de la empresa y en los
que había impreso el eslogan del buscador, VOY A TENER SUERTE. A los empleados
se les ofrecía una panoplia de actividades de educación física -patinar era
solo una de ellas-, e Ian se apuntó a hacer fitness funcional durante la pausa
del almuerzo. Empezó a levantar pesas, a muscularse y a controlar sus
estadísticas. Yo empecé a encontrarme envoltorios de barritas de proteínas en el
filtro de la lavadora.
-Me preocupa convertirme en un
friki-cachas -me decía, abriendo una aplicación para enseñarme sus
estadísticas. A mí me daba igual que Ian se convirtiera en un friki-cachas; me
preocupaba más que viera a sus colegas desnudos en los vestuarios colectivos.
Resultaba demasiado íntimo. Él me recordó para tranquilizarme que la empresa
era muy grande.
La corporación nodriza, que daba
trabajo a unas setenta mil personas, era
una congregación de talentos de la programación única en la historia mundial
-un pozo ilimitado de recursos a explorar, un prodigio de organización-, pero
vista desde fuera tenía pinta de estar sufriendo cierto grado de esclerosis.
Era la mejor gran empresa para la que se podía trabajar, decía a veces Ian, pero su negocio central seguía
siendo la publicidad digital, no el hardware.
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