Valle inquietante, Anna Wiener, p. 166
Ojeaba los emails de las empresas
de selección y las ofertas de trabajo de la prensá como si fueran horóscopos,
deteniéndome en los beneficios: salario competitivo, seguro dental y
oftalmológico, plan de jubilación, gimnasio gratuito, almuerzo suministrado por
la empresa, aparcamiento para bicis, viajes de esquí a Tahoe, excursiones a
Napa, seminarios en Las Vegas, cerveza de barril, cerveza artesana de barril,
kombucha de barril, degustaciones de vino, miércoles de whisky, barra libre los
viernes, masajes en las oficinas, yoga en las oficinas, mesa de billar, mesa de
ping-pong, robot de ping-pong, piscina de bolas, noche de juegos, cine-club
semanal, karts, tirolinas. Las ofertas de trabajo eran el mejor lugar para
empaparte de la idea de diversión que tenían los departamentos de recursos
humanos y de la idea de conciliación entre vida y trabajo que tenía una persona
de veintitrés años. A veces me olvidaba de que no estaba buscando unas colonias
de verano. “Entorno personalizado: diseña tu estación de trabajo perfecta con
el último grito en hardware.» “Cambia el mundo que te rodea.» «Trabajamos
mucho, nos reímos mucho y nadie choca esos cinco como nosotros.» “No somos una app
social más.” “No somos una herramienta de gestión de proyectos más.» “No somos
un servicio de reparto más.”
Me corté el pelo. Pedí días de
asuntos propios. Hice caso omiso de las miraditas de los comerciales cada vez
que entraba en la oficina llevando algo más elegante que una camiseta y unos vaqueros.
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