Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

THOMAS MANN

Tiene que llover, Karl Ove Knausgard, p. 275
En el campamento me mantenía más bien en un discreto segundo plano, andaba por ahí solo, leía bastante, como La montaña mágica, de Thomas Mann, en una versión danesa que me había comprado, pues la edición noruega era abreviada. Era la mejor novela que había leído en mucho tiempo, había algo en la relación entre lo sano y lo enfermo que me atraía; esa relación se maní fiesta por primera vez cuando Hans Casrorp da un paseo en solitario por los alrededores del sanatorio, y está subiendo por las hermosas laderas cuando de repente empieza a sangrar descontroladamente por la nariz, y luego en que de las mujeres de las que se enamora se fija justo en lo enfermizo, lo febril, los ojos brillantes, la tos, las espaldas encorvadas y las malas posturas de los cuerpos, todo enmarcado por verdes laderas y los deslumbrantes picos de los Alpes. También me resultaban fascinantes las grandes discusiones que tenían lugar entre el jesuita y el humanista, que eran casi como duelos de importancia vital, en las que de hecho todo estaba en juego. Me di cuenta de que estaban relacionadas con las descripciones de la vida en el sanatorio, formaban parte de lo mismo sin que pudiera explicarme cómo, ya que no conocía ninguno de los marcos de referencia en los que se desarrollaban las discusiones.
Había leído Doctor Faustus cuando tenía dieciocho años. Lo único que recordaba de ese libro era la caída deAdrian Leverkühn, cuando sus máximos esfuerzos en el arre coinciden con que vuelve a ser como un niño, y ese comienzo grandioso, cuando Zeitblom y Leverkühn son niños y el padre del compositor realiza sencillos experimentos, manipulando materia muerta para que se comporte como viva. También había leído Muerte en Venecia, el anciano que ya moribundo se maquilla y se tiñe el pelo con el fin de impresionar a ese hermoso joven.

Todo tiene lugar en la cercanía de la muerte en esos libros, que por lo demás estaban llenos de pensamientos e ideas sobre arte y filosofía, se encontraban en el centro de la gran tradición europea, pero no eran experimentales, como lo fueron las novelas de Joyce o Musil, en cierto modo carecían de independencia en la forma, y yo me preguntaba por qué. ¿El autor no sabía hacerlo?

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