Tiene que llover, KO Knausgard, p. 410
Por regla general tardaba unas
veinticuatro horas en librarme de la ansiedad después de una juerga, y si había
sucedido algo especial podía alargarse a dos o tres días. Pero al final
desaparecía siempre. No entendía por qué me ponía así, por qué la vergüenza y
la angustia me atacaban de esa manera, y, de hecho, cada vez con más fuerza,
porque al fin y al cabo no había hecho nada horrible, no había matado ni herido
a nadie. Tampoco había sido infiel. Ganas no me habían faltado y había hecho
cosas estúpidas para conseguirlo, pero no había pasado nada, había trepado un muro
y ya está, joder, ¿y por eso tenía que sufrir ansiedad durante tres días? Andar
por casa y estremecerme ante cualquier sonido, encogerme al oír una sirena en
la calle, codo eso con un dolor interior tan intenso que resultaba
insoportable, aunque lo soportaba siempre.
Era un falso, un traidor, una
mala persona. Con eso podía vivir, eso no me creaba problemas, mientras sólo me
afectara a mí. Pero ahora estaba con Gunvor y eso la convertía en alguien que
salía con un tipo que era un falso, un traidor, una mala persona. Ella no
pensaba eso, al contrario, a sus ojos yo era una persona estupenda, alguien que
sólo quería el bien, que le mostraba consideración y amor, pero ahí era
precisamente donde residía lo doloroso, porque yo no era así.
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