Tiene que llover, KO Knausgard, p. 452-453
Eso de los hospitales era algo
extraño. Ante todo era una extraña idea, ¿por qué reunir en un solo lugar todo
el sufrimiento humano? No sólo unos años, como un experimento, qué va, allí no
hay límite en cuanto al tiempo, la acumulación de enfermos es constante. Cuando
un paciente se curaba y podía volver a su casa, o moría y lo enterraban, la
ambulancia salía y recogía a otro. Hicieron venir al abuelo desde la boca del
fiordo, y lo mismo ocurría en todas las zonas, la gente era enviada desde las islas,
los pueblos y las ciudades, formando parte de un sistema que duraba ya tres
generaciones. Los hospitales existían para curarnos, ésa era la impresión que
se tenía desde la perspectiva del individuo, pero si se le daba la vuelta y se
vela desde el punto de vista del hospital, era como si se nutriera de nosotros.
Bastaba con pensar en lo de haber dividido las plantas en función de los 6rganos.
Pulmón en la séptima, corazón en la sexta, cabeza en la quinta, piernas y
brazos en la cuarta, nariz, oído y garganta en la tercera. Había quien
criticaba esa división, quien decía que la especialización había conducido al
olvido de la totalidad del ser humano, y que él o ella sólo podían curarse si
se los consideraba como individuos
completos. No habían entendido que el hospital estaba organizado según el mismo
principio que el cuerpo. ¿Conocían los riñones a su vecino el bazo? ¿El corazón
sabía en qué pecho lada? ¿Y la sangre en las venas de quién corría? Nada de
eso. Para la sangre no éramos más que un sistema de canales. Y para nosotros la
sangre sólo era algo que aparecía las pocas veces que algo iba mal y se abrían
heridas en el cuerpo. Entonces la alarma se dispara, entonces un helicóptero
despega y traquetea sobre la ciudad para ir a buscarte, aterriza como un ave
rapaz en la carretera justo aliado del lugar del accidente, te suben a bordo y
te transportan lejos, te colocan sobre una mesa y te anestesian, y luego te
despiertas varias horas después pensando en todos esos dedos enguantados que
han estado dentro de ti, esos ojos que sin pudor han estado mirando fijamente
esos órganos tuyos, brillantes y negros a la luz, sin pensar siquiera una vez
que te pertenecen a ti.
Para el hospital todos los
corazones son iguales.
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