Los catorce años que viví en
Bergen, de 1988 a 2002, concluyeron ya hace mucho, no queda ni rastro de ellos,
salvo episodios que tal vez recuerden algunas personas, un flash en una cabeza
por aquí, un flash en otra cabeza por allá, y, claro está, todo lo que mi
memoria conserva de aquella época. Pero es sorprendentemente poco. Lo único que
ha permanecido de todos esos miles de días que pasé en esa pequeña ciudad del
oeste de calles estrechas, relucientes de lluvia, son unos cuantos sucesos y un
montón de estados de ánimo.Llevé un diario, lo he quemado. Hice fotos, las doce que quedan están
en un pequeño montón al lado del escritorio, junto con rodas las cartas que
recibí en aquella época.. Las he hojeado, he leído fragmentos de algunas de
ellas, y luego siempre me he sentido deprimido; fue una época horrible. Yo
sabía tan poco, deseaba tanto ... y no lograba nada. ¡Pero qué animado estaba
antes de ir allí! Ese verano hice autostop con Lars hasta Florencia, pasamos
allí unos días y luego cogimos el tren hasta Brindisi, hada tanto calor que
tenía la sensación de estar quemándome cuando asomaba la cabeza por la
ventanilla. Noche en Brlndisi, cielo oscuro, casas blancas, un calor casi
onírico, multitud de gente en los parques, por todas partes jóvenes con
ciclomotores, gritos y ruido. Nos pusimos en la cola que se había formado
delante de la escala del gran barco que nos llevaría a El Pirero
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