Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EURIDICE



Tiene que llover, Karl Ove Knausgard, p. 292-293
Entre tantos nombres Y cifras emergieron algunos conocimientos emocionantes: Ulises, que engañó al cíclope diciendo que su nombre era “nadie”. Se perdió a sí mismo, pero ganó la vida. El canto de las suenas. Los que las escuchaban también se perdían a sí mismos, eran atraídos hac1a ellas, hadan todo lo posible para estar cerca de ellas, y morían. Las sirenas eran a la vez, eros y tánatos, deseo y muerte, lo más ansiado y lo más peligroso. Orfeo, que cantaban maravillosamente bien que todos los que lo escuchaban quedaban hechizados y desaparecían de ellos mismos, que descendió al reino de los muertos para rescatar a Eurídice y que lo conseguiría si no se volvía para mirarla, pero lo hizo, y la perd16 para siempre. Un filósofo francés llamado Blanchot trató este tema y leí su ensayo sobre Orfeo, en el que decía que el arte era la fuerza que hada abrirse la noche, pero que lo que él quería era a Eurídice y que ella era lo más sublime que el arte podía conseguir. Eurídice era la otra noche, escribió Blanchot.
Estos pensamientos me venían demasiado grandes, pero me atraían e intentaba meterme en ellos, forzarlos a que se me sometieran, convertirlos en míos, aunque sin conseguirlo, los veía desde fuera y sabía que su pleno significado se me escapaba.  ¿Devolver lo sagrado a lo  sagrado? ¿La noche de la noche? Reconocía  las figuras principales, lo que nace y desaparece en el mismo instante, o la presencia simultánea de lo uno y lo otro que anula lo uno, era una figura que había visto en muchos poetas contemporáneos, y también percibía una atracción especial de los pensamientos sobre la noche, la otra noche y la muerte, pero en cuanto intentaba pensar de un modo independiente sobre ello, es decir, sobrepasar la forma en que llegaban los pensamientos, se volvía banal y estúpido. Era como escalar montañas, hay que poner el pie en el sitio exacto, agarrarse con la mano justo allí, de lo contrario, o re quedas inmóvil o pierdes el equilibrio y te caes.

Lo más elevado es aquello que desaparece cuando es visto o reconocido. Ése era el núcleo del mito de Orfeo, pero ¿qué es eso?

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