Las correcciones, Jonathan Franzen, p. 126-127
Se quedó sin dinero un viernes de
julio. Ante la perspectiva de un fin de semana con Julia, que podía costarle
quince dólares en el bar de un cine) expurgó el marxismo de su librería y lo llevó
todo junto, en dos pesadísimas bolsas, a la Strand. Los libros conservaban sus
sobrecubiertas originales y sumaban un total de 3.900 dólares a precio de
catálogo. Un librero de viejo de la Strand les echó un vistazo, sin mucho
interés, y emitió su veredicto:
-Sesenta y cinco.
Chip se rió por lo bajo, en su
deseo de no discutir; pero la edición británica de Razón y racionalización de
la sociedad, de Jürgen Habermas, que no había logrado leer, y mucho menos anotar,
estaba impecable y le había costado 95 libras. No se pudo privar de señalarle
este extremo al comprador, a guisa de ejemplo.
--Pruebe en otro sitio, si le
parece --dijo el librero, con la mano como si no hubiera sabido si posarse o no
en la caja registradora.
--· No, no, tiene usted razón
-dijo Chip-. Sesenta y cinco está muy bien.
Era patéticamente obvio su
convencimiento previo de que esos libros iban a proporcionarle cientos de
dólares. Se dio media vuelta, para no ver el reproche que babia en sus lomos,
pero recordando muy bien que cada uno de ellos había significado, en la Iibrería,
una promesa de crítica radical de la sociedad tardocapitalista, y con qué
alegria se los había llevado a casa. Pero Jürgen Habermas no tenia las piernas
largas y frescas, vegetales, de Julia; ni Theodor Adorno emanaba el aroma
frutal de lujuria adaptable que desprendía Julia; ni Fred Jameson dominaba las mismas
artimañas que la lengua de Julia. A principios de octubre, cuando envió el
manuscrito final a Eden Procuro, Chip ya había vendido el feminismo, el
formalismo, el estructuralismo, el postestructuralismo, la teoría freudiana y
todos los homosexuales. Para sufragar el almuerzo con sus padres y Denise sólo le
quedaban sus amados historiadores de la cultura y su edición critica Arden de
las obras completas de Shakespeare en tapa dura; y dado que en Shakespeare
habitaba una cierta magia -aquellos volúmenes, todo iguales, de color azul
pálido, eran como un archipiélago de refugios en la tempestad-, metió sus Foucault
y sus Greenblatt y sus books y sus Poovey en bolsas de supermercado y los vendió
todos por 115 dólares.
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