ERNESTO VERA
29 DE ABRIL DE 1992
20.14 H
Estoy en Lynwood, South Central,
en las inmediaciones de Atlantic con Olanda, tapando con papel de aluminio las bandejas
de alubias que han sobrado de una fiesta de cumpleaños infantil, cuando me
dicen que me tengo que ir a casa antes de tiempo y quizá no volver mañana.
Puede que incluso me toque no venir en toda la semana. A mi jefe le preocupa
que lo que está pasando en la 11 O pueda llegar aquí abajo. No dice la palabra “altercados”
ni “disturbios” ni nada parecido. Se limita a decir “lo que está pasando al norte
de aquí”, pero se refiere a los sitios donde la gente está incendiando cosas y
asaltando las tiendas y recibiendo palizas. Me pasa por la cabeza protestar,
porque me hace falta el dinero, pero no me llevaría a ninguna parte, o sea que no
malgasto saliva. Guardo las alubias en el refrigerador del camión, agarro mi
chaqueta y me marcho.
Esta tarde cuando veníamos,
Termita -un tío con el que trabajo- y yo hemos visto humo, cuatro columnas negras
en el cielo con pinta de pozos petroleros kuwaitíes en llamas. Quizá no muy
grandes, pero grandes.
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