Mantra, Rodrigo Fresán, p. 204
Sincrético como el cadáver del
también emperador franco-mex Maximiliano, quien nunca se separaba de su
catalejo y de poco le sirvió el catalejo a la hora del final. Benito Juárez lo
acorrala en Querétaro, lo fusila el 19 de junio de 186 7. Édouard Manet lo pinta
en Francia en un cuadro a larga distancia, sin verlo. Alguien se lo cuenta y
Manet lo pinta. A Manet le interesa la idea de pintar la historia casi en el
momento en que está sucediendo. A Manet le interesa menos ajustarse a la realidad de los
acontecimientos. En el cuadro, la escena del fusilamiento aparece pulcra y
prolijamente coreografiada: un fusilamiento más europeo que mexicano.
Desprolijidades varias: Maximiliano es demasiado alto para caber en los ataúdes
mexicanos siempre tamaño medíum: los pies le cuelgan afuera, la tapa no cierra.
El pelotón de fusilamiento no disparó al pecho, como ordena el protocolo del
preparen-apunten-fuego, sino a la cara. Poco queda ahora de los regios rasgos
imperiales. Intentan arreglar el desbarajuste. Le extirpan los ojos de vidrio a
una de las vírgenes de la catedral y se los ponen a Maximiliano, lo embalsaman
y lo envían de vuelta a Francia
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