Las correcciones, Jonathan Franzen, p. 63-64
El reloj del aula señalaba las
dos y media. Chip hizo una pausa, esperando que sonase el timbre y pusiera fin
al semestre.
-Perdóneme --dijo Melissa.-, pero
todo esto es una chorrada.
-¿A qué le llamas chorrada? -dijo
Chip.
-Al curso entero -dijo ella--. Es
una nueva chorrada cada siete días. Es un critico tras otro rasgándose las
vestiduras por el estado de la critica. Ninguno explica exactamente dónde está
el problema, pero todos saben sin duda alguna que lo hay. Todos saben que
«sociedad anónima» es una expresión soez. Y si alguien se lo pasa bien o gana
dinero, ¡qué asco, qué horror! Y es andar a vueltas constantemente con la
muerte de tal cosa o tal otra. Y quienes se creen libres no son
«verdaderamente» libres. Y quienes se creen felices no son «verdaderamente» felices. Y ya no es posible
ejercer una crítica radical de la sociedad, aunque nadie alcance a explicar con
precisión qué es lo que tiene de malo la sociedad para que le resulte
indispensable esa critica radical Es tan típico y tan perfecto que odie usted
los anuncios -añadió, mientras el timbre, por fin, resonaba en todo Wroth
Hall-. Aquí, las cosas están mejorando día a día para las mujeres, para las
personas de color, para los gays y las lesbianas. Todo se integra cada vez
mejor, todo se abre cada vez más. Y a usted todo lo que se le ocurre es salir
con un estúpido e inconsistente problema de significante y significados. O sea,
que el único modo que tiene usted de denigrar un anuncio muy positivo para las
mujeres porque tiene que denigrado, porque tiene que haber algo malo en todo,
consiste en afirmar que es malo ser rico y que es malísimo trabajar para una
sociedad anónima, y sí, ya sé que ha sonado el timbre. Cerró su cuaderno de
apuntes.
-Muy bien -dijo Chip-. Eso es
todo. Habéis cumplido los requerimientos mínimos de Estudios Culturales. Os
deseo a todos un buen verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario