De Kakfa, de Pietro Citati, p.
352-353
Muchos años antes había dicho que
«se sentiría contento de morir» si no fuera a tener muchos dolores. Pero los
dolores fueron terribles, y quizá quería seguir viviendo. La mañana del 3 de
junio pidió morfina, y le dijo a Robert Klopstock: «Lleva usted prometiéndomela
hará ahora cuatro años. Me tortura usted, siempre me ha torturado. No quiero
hablar más. Es así como moriré». Le pusieron dos inyecciones. Tras la segunda,
dijo: «No se burle de mí. Deme un antídoto. Máteme, o es usted un asesino».
Cuando le dieron morfina, fue feliz. «Está bien, pero otra vez, otra, pues no hace efecto». Se
adormeció lentamente, se despertó en un estado de confusión. Klopstock le
sostenía la cabeza, él le tomó por su hermana Elli: «Apártate, Elli, no estés
tan cerca, tan cerca no ... ». Luego, con un gesto brusco e inhabitual, ordenó
a la enfermera salir: se arrancó violentamente la sonda, y la arrojó en medio
de la estancia: «Basta ya de esta tortura. ¿Para qué prolongarla?». Cuando
Klopstock se alejó de la cama para limpiar la jeringuilla, Kafka le dijo: «No se vaya».
«No me voy», respondió Klopstock. Con voz rofunda, Kafka prosiguió: «Soy yo quien se
va».