Perfil de una gran ciudad.
Captamos esta imagen desde las
alturas, a través de los ojos de un ave nocturna que vuela muy alto. En el
amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de una
multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se
extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir,
transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían información
nueva y retiran información vieja. Envían consumo nuevo y retiran consumo
viejo. Envían contradicciones nuevas y retiran contradicciones viejas. Al ritmo
de las pulsaciones del corazón parpadea todo el cuerpo, se inflama de fiebre,
bulle. La medianoche se acerca y, una vez superado el momento de máxima
actividad, el metabolismo basal sigue, sin flaquear, a fin de mantener el
cuerpo con vida. Suyo es el zumbido que emite la ciudad en un bajo sostenido.
Un zumbido sin vicisitudes, monótono, aunque lleno de presentimientos. Nuestra
mirada escoge una zona donde se concentra la luz, enfoca aquel punto. Empezamos
a descender
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