No te quedes ahí. Vamos, entra,
ya estamos todos. Tras a cortina, la puerta: está abierta, solo tienes que
empujarla, mientras en tu espalda pesa la tela que se cierra dejando atrás la
escasa luz del pasillo. La puerta cede sin esfuerzo, yal avanzar un par de
pasos sientes que la oscuridad se ha
solidificado en tu cara, áspera, pero no: es el segundo cortinaje, que pende de
una barra en semicírculo para no entorpecer el recorrido de la puerta. Parece una
exageración, dos cortinas, pero solo así estamos seguros de que no se filtra ni
una aguja de claridad cada vez que alguien entra o sale de la habitación
oscura. Es un paño corrido, deja de manotear para abrirte paso: solo puedes
franquearlo por los laterales, a la manera en que accedes a un templo. Una vez
dentro buscas referencia en la pared más próxima: apoyas la mano en la superficie mullida. Desde ahí puedes
continuar por el perímetro, sin soltar el tabique; o dar unos pasos hacia el
centro de la estancia, con las manos adelantadas. No hay riesgo de chocar con
ningún mueble, ya lo sabes, todo el mobiliario se limita a tres colchones
alineados en la pared del fondo y un par de sofás en los laterales.
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